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La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson

Querida A.,

Siempre me han atraído los villanos, pero de estos, los piratas han sido los que más me han llamado la atención. Hombres barbudos, sucios, salvajes, crueles, sedientos de riquezas y tesoros. Avariciosos lobos de mar sin ley, con parches por ojos, con ganchos por manos, con patas de palo por piernas. Ya de pequeño los abordajes eran el punto culminante de muchos de mis juegos. Mi atracción favorita en Disneyland París, la que repetía una y otra vez, era la de los piratas. Mi interés por el Capitán Garfio solo remitió con el desembarco del Capitán Jack Sparrow en los cines.

Si el origen de las historias de vampiros -incluyendo las historias de Anne Rice, la saga de Crepúsculo o la serie The Vampire Diaries– se encuentra en la mítica novela de Bram Stoker, esta fascinación de escritores y cineastas por el mundo de los piratas encuentra su raíz en la novela que acabo de releer: La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.

Stevenson tenía 29 años cuando empezó esta increíble novela. Corría el año 1881 y Stevenson estaba en las tierras altas escocesas con su familia cuando, inspirándose en un dibujo de su hijastro, empezó a escribir la historia. Cada mañana escribía un capítulo que, por la noche, leía en voz alta ante su familia.

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El narrador de esta historia es Jim Hawkins, un hombre que relata una fantástica aventura que vivió siendo un niño. Hasta aquel momento la vida del pequeño Hawkins había transcurrido tranquilamente regentando junto a sus padres la posada Almirante Benbow. Y su vida habría seguido sin alteración alguna si no fuera por la llegada a la posada de un viejo, voluble, reservado y misterioso marinero.

“Le recuerdo como si hubiese sido ayer mismo. Entró en la posada con paso cansino, seguido por una carretilla de mano en la que iba su cofre de marinero. Era un hombre alto, fuerte, macizo, tostado; su embreada coleta caía sobre las hombreras de su sucia casaca azul; las manos eran rugosas y estaban llenas de cicatrices; las uñas, negras y quebradas, y el sablazo que le cruzaba la mejilla de parte a parte era de un blanco lívido y sucio. Recuerdo cómo echó una mirada a su alrededor, silbando mientras lo hacía, y luego entonó la vieja canción marinera que tan a menudo cantaría después:

Quince hombres tras el cofre del muerto,

¡oh, oh, oh y una botella de ron!”

Las historias de este peculiar huésped aterrorizaban y fascinaban al resto de huéspedes por igual. Sin embargo, Jim no tardará en descubrir quien es: Billy Bones, el que había sido el segundo a bordo de Jonathan Flint, “el pirata más sanguinario que alguna vez haya vivido”. Este temible pirata, que había aterrorizado a las costas de las Indias Occidentales y el sur de las colonias Americanas, había enterrado todos los tesoros robados en una isla. Por varias casualidades sucesivos, el mapa de la isla, con las coordenadas exactas y las indicaciones precisas para acceder a las 700.000 libras de oro, los lingotes de plata y la gran cantidad de armas, acaba en manos del joven Jim Hawkins y se embarca en La Hispaniola, junto con un caballero y un doctor, en una aventura por los inmensos mares para encontrar el tesoro.

En la contraportada de la edición que he leído (Debolsillo) aparece una cita de Eduardo Mendoza en la que dice que La isla del tesoro “resume todo lo que yo le pido a la literatura”. No podría haber expresado mejor lo que he sentido tras acompañar por segunda vez a Jim Hawkins en sus aventuras. Es sencillamente una historia inolvidable, de la primera página a la última. Un relato redondo y emocionante.

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El personaje clave de la historia es John Silver el Largo, uno de los marineros de la tripulación que se enrola en la embarcación hacia la isla del tesoro como cocinero. El villano de esta historia es de los mejores personajes que he leído en literatura y uno no puede hacer más que admirarlo por la complejidad con que lo dotó Stevenson. Con su pata de palo y su inseparable loro, Silver es un personaje inolvidable. Y el magnífico final de la historia no hace más que confirmarlo.

En fin, querida A., si no lo has hecho es imprescindible que leas este clásico de la literatura. Por sus increíbles personajes. Por la magnífica ambientación. Por la sublime pluma de Stevenson. Por lo que dice pero, sobretodo, por lo que deja en el misterio (como por ejemplo parte del tesoro que aún sigue enterrado en la isla, razón por la cual no se desvelan sus coordenadas). Por cómo te hace soñar y vivir la aventura como un niño.

Lo único que me ha fallado es el prólogo a cargo de Albert Espinosa que encabeza la edición de Debolsillo. En este prólogo Espinosa confirma su adicción a los puntos suspensivos (quizás para intentar demostrar una profundidad que no tiene lo que escribe), ¿no había ningún otro escritor dispuesto a escribir una introducción digna de este maravilloso libro?

Atentamente,

Jan Arimany.

P.S. No entiendo cómo nunca me hicieron leer este libro cuando era pequeño en la escuela. Yo, por mi parte, ya estoy practicando la voz honesta y suave de Hawkins, la voz sabia del doctor Livesey, la voz orgullosa y formal del caballero Trelawney o la voz rugosa y conspiradora de John Silver el Largo para cuando les cuente la historia de la isla del tesoro a mis futuros hijos.

*

9788490324608Título: La isla del tesoro.

Autor: Robert Louis Stevenson.

Editorial: Debolsillo.

Páginas: 288.

Precio: 8,95€

ISBN: 9788490324608.

He estado en: Bristol, Inglaterra, Océano, la isla del tesoro.

Valoración: 9/10.

 

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3 Comments

  • Cris
    Posted 10 de enero de 2018 at 7:04 am

    Gracias por compartir esta reseña tan estupenda 🙂 Si te gusta la idea de escucharlo en inglés, está en una versión genial leída por Adrian Praetzellis en archive.org

  • Trackback: Regreso a la isla del tesoro, de Andrew Motion – Trotalibros
  • Paseando entre páginas
    Posted 23 de enero de 2018 at 10:58 am

    No ho sé, es un llibre que m’hagués plantejat llegir, però podria ser interessant, ho pensaré, perquè també m’agraden molt les històries de pirates.

    Salutacions,
    Laura.

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