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La magia de Carlos Ruiz Zafón

El pasado 19 de junio se difundía la noticia de la muerte del novelista Carlos Ruiz Zafón, quizás el más internacional de los escritores españoles. El golpe a tantos lectores de todo el mundo que habían volado con sus historias fue aún más duro por imprevisto; Zafón sólo tenía cincuenta y cinco años cuando un cáncer de colon se lo ha llevado. Desde su vida discreta en la remota California podía presumir de ser el escritor español más leído, sólo por detrás del autor de Don Quijote. Pero la importancia de Carlos Ruiz Zafón no se puede reducir a un baile de cifras astronómicas de ventas; como J.K. Rowling, su gran activo radica en la cantidad de jóvenes que enganchó para siempre a la fascinante aventura que es la lectura.

Mi caso personal puede ser útil a la hora de ilustrar esta afirmación. Después de una niñez entre montones de libros, en la alborotadora adolescencia me alejé de las estanterías y, aburrido de las lecciones que me daban todas las lecturas, me lancé a escribir textos pretendidamente profundos y descarnados que ahora, cuando los leo, me provocan una curiosa mezcla de vergüenza y autocompasión. Como un Holden Caulfield desorientado, lo único que sabía era que ya no podía -ni quería- encajar en el mundo de la literatura infantil y buscaba mi propio camino por las avenidas nocturnas de una ciudad de hielo. El destino o la casualidad me trajo La sombra del viento cuando más perdido me encontraba en mi propio laberinto. Esta novela tiene no pocas virtudes: mantiene un ritmo trepidante de la primera a la última página, dibujando en la Barcelona gris y melancólica de la posguerra múltiples rincones mágicos y personajes llenos de luz que tiñen de color las fotos en blanco y negro que tienen de cubierta y dotan de movimiento y vida las estatuas tristes que en ellas fueron retratadas. Pero uno de los elementos que para mí fue más importante de esta lectura fundamental fue que la fuente de toda la magia era una biblioteca (el Cementerio de los Libros Olvidados) y la fuente de todo el misterio era un libro (el que da título a la novela). Y, por si esto fuera poco, ¡la historia no me pretendía aleccionar!

Nunca olvidaré el momento en que Daniel Sempere, bajo la cúpula monumental de la biblioteca secreta, encuentra el libro que elegirá y adoptará. Y no lo olvidaré nunca porque la emoción que siente el protagonista es la misma que siento yo cada vez que elijo mi próxima lectura. Es como si las letras doradas del lomo de La sombra del viento hubieran atraído intencionadamente al Daniel, como si fuera el libro quien elige el lector, y no al revés, del mismo modo que, en palabras del Ollivander, es la varita quien elige el mago y no el mago quien elige la varita.

Zafón supo canalizar esa pasión que compartimos todos los letraheridos en una novela de aventuras, accesible al lector que exige acción y diálogo en cada página. Era un maestro inigualable a la hora de crear lugares fantásticos, personajes entrañables y tramas adictivas. Sabía integrar en sus historias elementos de gran fuerza narrativa (la niebla, el faro, el tren, la biblioteca …) y conjugarlos con personajes inolvidables (Fermín Romero de Torres, Julián Carax, Marina …). Zafón inició a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) en la lectura, pero me atrevería a afirmar que fueron muchos más los que “reenganchó”, haciendo de puente de un río entre la literatura infantil y la juvenil en el que tantos lectores se pierden para siempre.

Hace unos años, cuando Carlos Ruiz Zafón puso fin a su famosa tetralogía con El laberinto de los espíritus, decidí releer La sombra del viento y encontré fisuras, grietas, sombras, movimientos fuera de juego que no había percibido durante mi primera lectura voraz. Y fue entonces cuando entendí que me había equivocado volviéndola a leer, que era imposible revivir la magia porque ya no era el mismo lector que se había quedado hasta horas intempestivas de la madrugada siguiendo las huellas escurridizas de Julian Carax por las calles brumosas de la ciudad condal. Por eso, el mejor tributo que le sé rendir a Carlos Ruiz Zafón es abstenerme de releer sus libros. A veces, cuando has disfrutado tanto de un autor en el pasado, lo mejor que puedes hacer es no matar la magia con tus incrédulos ojos adultos, preservar el recuerdo que guardas de aquellas noches eternas leyendo sus historias y transmitirlas a los jóvenes lectores en el momento adecuado como una de esas reliquias familiares que pasan de generación en generación en la carrera de relevos que es la vida.

Descansa en paz, Carlos, y gracias por hechizarnos con tu magia cuando más la necesitábamos.

Artículo original en catalán – El Periòdic d’Andorra (26 de junio de 2020).

2 Comments

  • Mónica Gutiérrez Artero
    Posted 24 de julio de 2020 at 9:43 am

    Porque Carlos Ruiz Zafón era, por encima de todo y como cualquier buen lletraferit, un romántico. Me encanta tu artículo, muy de acuerdo contigo. Mis preferidas del autor sigue siendo las tres novelas que componen la Trilogía de la Niebla, qué recuerdos… Petons.

  • Paseando entre páginas
    Posted 2 de agosto de 2020 at 3:56 pm

    Molt interessant llegir-te. A mi em va passar una cosa semblant. El primer cop que vaig llegir el primer llibre, vaig quedar meravellada, pescialment per l’amor pels llibres que hi ha a cada pàgina, però en vaig fer una relectura i no em va agradar gens el llenguatge, em va semblar molt artificial. És cert que hi ha obres que ens agradaran més o menys segons el moment a la vida en el que llegim, però trobo que si volem poder recomanar-les i ser objectius amb elles, cal rellegir-les passat un temps. Entenc la teva nostalgia, a mi em costa molt rellegir pel mateix motiu, por a que no m’agradi tant com abans, però ho trobo necessari.

    Salutacions,
    Laura.

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