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Solo los muertos caminan hacia atrás

Es una verdad universalmente conocida que la mayoría de los problemas y conflictos nacen de la ignorancia y, si algo aporta la literatura, no es conocimientos propiamente, sino empatía (causa) y tolerancia (efecto). Es por ello que, ante las manifestaciones de Black Lives Matter en respuesta al asesinato de George Floyd en manos de la policía estadounidense, decidí organizar el Black History July, una iniciativa lectora en internet que se propone dedicar todo el mes de julio a leer y difundir libros -sean de ficción o no- escritos por autores y autoras negros.


Tomé el nombre del Black History Month, que es una celebración anglosajona que encuentra su origen en los años veinte y su razón de ser en la perentoria necesidad de recuperar la historia de la comunidad afrodescendiente durante demasiado tiempo maquillada, ultrajada y enterrada por intereses económicos e ideologías racistas. A lo largo del Black History Month, que se celebra durante el mes de febrero en Estados Unidos y Canadá y durante el mes de octubre en Reino Unido, Irlanda y Países Bajos, se organizan eventos, actividades y conferencias para recordar, entre otras cosas, las más de sesenta millones de víctimas del comercio atlántico de esclavos (recordar que el holocausto nazi tuvo once millones de víctimas).


En estas circunstancias, me gustaba ver en el Black History July, no solo una iniciativa lectora para ampliar nuestros horizontes explorando la literatura de una minoría racial en el panorama editorial, sino también un acto de protesta activa de los lectores, un mensaje inequívoco de apoyo y una disposición clara de escuchar e intentar comprender todas estas voces largamente silenciadas. Para mi sorpresa, la iniciativa ha sido todo un éxito. A lo largo de todo el mes de julio cientos de lectores han compartido a través de las redes sociales que tenían al alcance sus impresiones de los libros que iban leyendo y sus recomendaciones literarias para la iniciativa. Ahora que ya se ha acabado, ha sido unánime la sensación de haber aprendido mucho durante estos 31 días de inmersión lectora sobre la realidad pasada y actual de la comunidad negra.


Mi propio viaje literario, conformado de seis lecturas, ha sido inolvidable. Con Me alegraría de otra muerte, de Chinua Achebe, he sentido el vacío del desarraigo y la mirada atenta del buitre de la corrupción, esperando el momento idóneo para atacar a su víctima, que a la vez es víctima también del choque violento entre las costumbres ancestrales de su pueblo y las del occidente. He relativizado un clásico juvenil y he analizado los problemas de Nigeria a través del ensayo An Image of Africa, del mismo Achebe. Me he dejado arrebatar el pelo, el acento, el nombre y la dignidad para conseguir un trabajo precario en los Estados Unidos con Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie. He ido a una cárcel a recoger a mi padre, que salía en libertad, mientras me perseguían los cantos insistentes de los muertos que necesitan respuestas en La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward. Con El bebedor de vino de palma, de Amos Tutuola, me he enfrentado a calaveras que alquilan partes del cuerpo para adquirir una apariencia cautivadora y a la misma muerte y, finalmente, he deseado con todas mis fuerzas tener unos ojos azules que, con su belleza, deslumbre los días de insondable oscuridad y melancolía en Ojos azules, de Toni Morrison.


Sin duda el protagonista más vivaracho de este viaje ha sido el bebedor de vino de palma, que se dirige tan contento a la Ciudad de los Muertos para resucitar a su sangrador de vino de palma, que le procuraba los mejores vinos antes de perder la vida en un desgraciado accidente. Tras vivir mil aventuras llega al remoto pueblo de los muertos para descubrir que es imposible llevar a su sangrador de vino de palma a un pueblo de vivos porque los muertos tienen un modus operandi inconciliable con el de los vivos. Por ejemplo, caminan hacia atrás. Se repite esta idea, aunque no de manera tan literal, en obras como La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward, o Beloved, la obra maestra de la Nobel de literatura Toni Morrison, historias en las que la voz suplicante o airada de los muertos es un peso que empuja hacia las oscuras profundidades del pasado a los vivos, que intentan desesperadamente nadar como pueden hacia el futuro incierto de la superficie para no morir ahogados.


Mientras leía, sentía como las diferentes historias iban encajando como fragmentos de una única realidad; la de los negros caminando adelante, recorriendo océanos, sabanas y carreteras infinitas buscando tranquilidad, igualdad, prosperidad, vida. He vivido las seis lecturas que han conformado mi Black History July como una única odisea polifacética y esta experiencia me ha ayudado a comprender aún más las actuales manifestaciones de vivos que caminan adelante, gritando que quieren seguir viviendo, que sus vidas y sus futuros importan, repitiendo las últimas palabras de George Floyd: «no puedo respirar, no puedo respirar». Intentando hacer lo que, en definitiva, es responsabilidad de los vivos hacer; caminar adelante. Solo los muertos caminan hacia atrás.

Artículo original en catalán (Només els morts caminen cap enrere) – El Periòdic d’Andorra (8 de agosto de 2020).

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