Ahora mismo me encuentro en la terraza cubierta de un Starbucks y me apetece escribir. Un niño acaba de pasar en bicicleta y una pareja de ancianos observan el escaparate de una tienda de ropa de Inditex de la que sale una música moderna que parece haber sido compuesta para ser la banda sonora del consumismo. Todo vuelve a la normalidad. No sé si a la llamada “nueva normalidad”, o a la vieja, no sé si peor o mejor, pero al fin y al cabo más normal que las calles vacías y los aplausos de las ocho, más normal que observar el apogeo de la primavera desde la ventana abierta.

Han pasado tres meses desde los últimos días de cotidianidad, antes de que un virus irrumpiera en mi marzo asiático (una de estas ironías sin las cuales la vida sería más gris de lo que ya es), alterando completamente mi rutina. Aunque mi estado emocional durante este periodo de tiempo podría ser la montaña rusa más extrema de un parque temático Six Flags, creo que lo he llevado relativamente bien. En general. Supongo. Superando los primeros temores que hacían cola e, impacientes, llamaban a la puerta de mis planes de estrenar el primer libro de la editorial a finales de este año, organicé una iniciativa a la que muchos booktubers decidieron unirse para recomendar lecturas para este confinamiento. Y es que, sobretodo durante los primeros días de permanecer encerrados, muchas personas sufrían claustrofobia. En tales circunstancias no hay mejor remedio que viajar a través de la imaginación con la ayuda de una buena lectura. Y, si no me creéis, preguntádselo a cualquiera de los macondianos que viajaron a Wildfell Hall en pleno confinamiento.
He leído mucho y muy variado a lo largo de este confinamiento, pero ahora me gustaría centrarme en tres lecturas que me ayudaron a comprender lo que estaba ocurriendo. Algunas me puse a leerlas expresamente, juzgando que no existiría ocasión más idónea que una pandemia mundial para enfrentarme a ellas. La casualidad o el destino me dirigió hacia otras. Estas han sido mis tres lecturas inmunitarias a no solo al virus, también a la estupidez, al egoísmo, al ruido que hemos sufrido estos días:
Walden, de Henry David Thoreau

Ya estaba leyendo este libro antes de que se ordenara el confinamiento gracias a la última lectura ilustrada de Barbusse, pero ni el organizador ni ninguno de los participantes habríamos alcanzado a adivinar lo adecuada que llegaría a ser para los tiempos que se cernían sobre nosotros. En este libro, el filósofo (y, no menos importante, fabricante de lápices) Henry David Thoreau nos explica el experimento que llevó a cabo en 1845 cuando decidió abandonar su casa familiar en Concord e instalarse en una cabaña construida por él mismo a la orilla de la laguna Walden, rodeado de naturaleza. Con esta excusa, Thoreau lleva a cabo una defensa apasionada del valor de la naturaleza y la vida simple, así como una crítica mordaz al sinsentido de la civilización y el consumismo. Me acompañaban en esta lectura los esquivos vencejos y alguna que otra alondra que, aprovechando la quietud de la ciudad, cantaban su conquista en los balcones.
He oído a más de una persona identificar en el coronavirus la venganza de la naturaleza a tanta contaminación. Quizás esta pandemia nos ha ayudado a despertar del sueño (o más bien pesadilla) de lo que llamamos mundo civilizado, un veneno del que libros como Walden son el más eficaz de los antídotos. Mientras lo leía, me moría de ganas de ir a mi Walden, el lago de Engolasters, hacia el que me dirigí tan pronto como se levantaron las restricciones de movilidad para grabar la reseña de esta lectura inolvidable.
Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago

Esta fue la recomendación de Lola Habla Sola para el confinamiento, una novela que tenía pendiente desde que tengo memoria. Un desafío de lecturas cruzadas fue la ocasión propicia para abordarlo de una vez por todas. Leerlo en plena pandemia ha sido un lujo inigualable, pues esta novela de Saramago narra precisamente la propagación descontrolada de una ceguera blanca que se transmite por vías desconocidas por la ciencia. Al final la ceguera no es más que una excusa para desenmascarar a la civilización y vernos como lo que realmente somos: animales egoístas y desesperados por sobrevivir.
Los paralelismos con la situación que estaba viviendo, con un virus como el Covid-19, de una mortalidad tan reducida, eran constantes y de una exactitud tal que en mi cabeza he consagrado a Saramago como un visionario. A parte de como un gran narrador, claro está, pues los recursos narrativos de que se sirve en Ensayo sobre la ceguera (como el de prescindir de nombres propios, haciendo que sus personajes sean representantes de toda la humanidad, y no personas individuales) son admirables. En este directo hablamos largo y tendido con Lola Habla Sola sobre nuestras impresiones de esta obra imprescindible por los tiempos que nos ha tocado vivir.
La muerte y la primavera, de Mercè Rodoreda

Admito que fue el título de esta obra (que también tenía pendiente desde hacía mucho tiempo) lo que hizo que me acercara a ella. Y es que el contraste, o incluso contradicción, que en él tiene lugar era el mismo que sentía yo cuando veía en el telenoticias los datos de los fallecidos por el coronavirus y, a la vez, contemplaba por la ventana los almendros florecidos, más rosados que nunca en esta primavera atípica que ahora ya termina.
Este contraste (o, insisto, contradicción) es el que asimismo encontré en la obra póstuma e inacabada de Rodoreda. Una distopía profundamente lírica y poética en la que una naturaleza exuberante hace de contrapunto de un pueblo que reprime el deseo con sufrimiento y miedo. La primavera viva y las glicinas violetas, tan presentes en toda la narración, chocan con los rostros deformes y, en definitiva, la extraña y opresiva pesadilla que contienen las páginas de este libro. La eclosión de policías de balcón y sheriffs de escalera que se autoproclamaban guardianes supremos de las normas extraordinarias para impedir la propagación del coronavirus me hacían evidente que no es tan lejano al nuestro el terrible mundo que estaba leyendo con los pelos de punta.
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Y, con estas lecturas inmunitarias, me despido de, como mínimo, este primer brote. Gracias a ellas he sabido leer mejor la situación que hemos vivido y he aprendido lecciones que me han llevado a crecer. Me quedan pendientes muchas más lecturas inmunitarias de escritores como Camus o Deville que, sin duda, leeré en los próximos meses.
Mientras escribía se ha puesto a llover, se me ha enfriado el café e incluso yo siento ya algo de frío. Me pongo la mascarilla, despliego el paraguas y vuelvo a casa como un buen ciudadano enmascarado más.
5 Comments
Esther
Qué bien volverte a leer por aquí. Yo soy de las antiguas, sigo prefiriendo las lecturas reposadas de los blogs. Un saludo.
margari73
Sólo he leído el de Saramago y hace años. Una maravilla. No me importaría releerlo. De los otros dos tomo buena nota.
Besotes!!!
LectoraEmpedernida88
Hola, me encantó el post y las lecturas que muestras. Qué periodo más raro hemos vivido y nos queda aún por vivir. Es lo que hay y toca adaptarse lo mejor que se pueda… En cuanto a los libros, el Walden lo tengo muy pendiente y sé que tarde o temprano lo leeré (la primera vez que apunté a su autor fue tras ver una película What a way to go! en la que Dick Van Dike leía a Thoreau tumbado en una barca en mitad de un lago, disfrutando de la vida sencilla y de la naturaleza jeje), me gusta lo que cuentas que te ha transmitido y sé que lo disfrutaré. Ensayo sobre la ceguera lo recuerdo vagamente de cuando lo leí en la escuela, pero me gustaría regresar a él para analizarlo más detenidamente (ya sabes, las lecturas obligatorias en el colegio muchas veces se leían por simple obligación, en momentos no idóneos e incluso en ocasiones recurría a resúmenes porque no llegaba a terminarlo antes del examen jeje). Un abrazo.
Paseando entre páginas
Una entrada molt interessant. Coincideixo amb Ensayo sobre la ceguera, un llibre que vaig trobar interessantíssim quan el vaig llegir fa anys. El de Rodoreda no el coneixia.
Salutacions,
Laura.
Trotalibros
jjjj