—Pero ¿es eso cierto, abuelo? —preguntaban pasmados sus nietos, entre ellos el mismo Jonas Jonasson.
—Quienes sólo saben contar la verdad no merecen ser escuchados —contestaba el abuelo.»
El diecisiete de junio de mil novecientos noventa y tres, a primera hora de la tarde y en el único hospital del Principado de Andorra, llegué al mundo dando guerra. Ya dicen que las apariencias engañan, y al crecer me convertí en un niño tranquilo al que le apasionaba imaginar un mundo diferente del que veía. Un niño al que le encantaban los dibujos, la pintura la música y, sobre todo, las historias. Un niño que en matemáticas se dormía pero en Historia, al llegar a casa, seguía leyendo el libro de texto para saber cómo acababa aquella guerra o aquella revolución. En 2001, con ocho años de edad, fui a ver al cine Harry Potter y la Piedra Filosofal. Me gustó tanto que en seguida quise leer el libro que, a su vez, me maravilló aún más.
Un día de verano, paseando por una playa de la Costa Brava, vi una caravana con mucha gente. Curioso y aventurero por naturaleza me acerqué a ver qué fiesta era aquella. Leí en la entrada «Biblioplatja» y en seguida una amable mujer salió y preguntó por mi nombre con una sonrisa de oreja a oreja.
– Jan.
– Hola Jan, ¿te gusta leer?
– Me gusta Harry Potter.
– ¿Has leído algo más?
– Sí.
– ¿Voluntariamente?
– Sí.
Supongo que se olió la mentira puesto que en seguida me invitó a entrar asegurándome que allí encontraríamos algún libro perfecto para mí. Allí habían muchos libros, el espacio estaba muy bien aprovechado. Me enseñó libros llenos de ilustraciones de aventuras, libros fantásticos con príncipes, princesas y dragones, libros de risa, libros de detectives astutos e incluso uno para superar la pérdida de un gato. Yo negaba con la cabeza sin decir ni una palabra, leal a mi timidez nata.
– ¡Ah! ¡Ya sé! Creo que tengo en la reserva un libro perfecto para magos como tú. Ahora vuelvo.
Y sin más preámbulos salió disparada. En su ausencia, y para pasar el rato, seguí buscando entre los libros. En seguida me fijé en uno que llevaba una luna como portada. Me acerqué y pude leer «Las lágrimas de Shiva. César Mallorquí«.
Cuando la mujer volvió con un libro entre las manos supo al instante que yo había encontrado mi libro al igual que Garrick Ollivander supo cuando Harry Potter había encontrado su varita. Me lo llevé a casa. No hubo papel alguno que rellenar, ese era un pueblo costero pequeño, simplemente le señalé con el dedo cuál era mi casa y me dijo el día que tenía que devolverlo.
Las lágrimas de Shiva contaba la historia de Javier, su estancia en casa de sus tíos en Santander y el misterio al cual se enfrenta allí. Supongo que no será una gran lectura y quizás ni siquiera me gustaría si lo leyera hoy -quizás por eso no me atrevo a hacerlo-, el caso es que la lectura de este libro me maravilló y con él descubrí que leer me gustaba, entendí que cada libro era un pasaporte de ida y vuelta a una aventura sin precedentes. Y es que no es cierto que solo haga falta encontrar un libro que te guste para que te apasione leer. En mi opinión hacen falta dos.
Cuando lo acabé fui a devolver Las lágrimas de Shiva el día que la amable mujer me había señalado pero la caravana había desaparecido. Mentiría si os dijera que no me alegré.
El siguiente verano, en cuanto llegué al pequeño pueblo, volví a ver la Biblioplatja, pero cuando fui con el libro entre las manos y con la intención de devolverlo me encontré a una funcionaria aburrida que esperaba sentada en un escritorio con cara de pocos amigos. ¿Dónde estaría esa amable mujer? Me figuré tres opciones:
Una, se había jubilado, lo cual era improbable porque no era de tan avanzada edad.
Dos, la habían despedido, lo cual también era improbable pues parecía más eficiente que esa mujer que me miraba con cara de ¿Qué-se-te-ha-perdido-por-aquí?.
Tres, un tímido niño -llamémosle Martín- entró y ella se propuso encontrar, como lo hizo conmigo, el libro perfecto para aquel pequeño. Sin embargo, ni en la Biblioplatja, ni en la reserva, ni en la Biblioteca Nacional encontró ninguno que provocara una reacción diferente en Martín que no fuera una negación con la cabeza o un indiferente encogimiento de hombros, por lo que decidió embarcar una gran aventura para encontrar el libro perfecto para Martín. En aquel preciso momento estaría recorriendo el mundo buscando en mil destinos perdidos EL libro para cumplir su misión.
El caso es que decidí no devolver el libro.
Aunque la adolescencia (quince y dieciséis años) supuso un freno de mis lecturas -escribí mucho, esto sí- nunca dejé de leer. Tuve durante ese tiempo un blog en el que publicaba escritos míos. En una ocasión, un escritor -no recuerdo su nombre- visitó el instituto y nos contó que para escribir bien uno tiene que leer mucho. Ese mismo día visité mi blog de escritos y me puse a leer los más antiguos. Muriéndome de vergüenza por lo mal escritos y ridículos que sonaban decidí seguir el consejo de aquel escritor. Cerré el blog, dejé de escribir y volví a leer mucho.
Pronto accedí a la Universidad y empecé mis estudios de Derecho. El primer día de clase, en Secretaría Académica, conocí a una asombrosa chica de la que no tardé en enamorarme perdidamente y a finales del primer curso empezamos a salir. Ella en seguida me apoyó en el proyecto que tenía pensado: un blog donde exponer mis opiniones sobre todos los libros que iba leyendo. La idea se me ocurrió después de leer «La ladrona de libros» de Markus Zusak. Me impresionó tanto dicha lectura que tenía la necesidad de compartir mi entusiasmo de alguna manera. Así, me tomé un mes entero para idear el nombre, el diseño y la idea del blog. Se me ocurrió el nombre de Trotalibros cuando leí por pura casualidad la definición de «trotamundos» en el diccionario de la Real Academia Española: «Persona aficionada a viajar y recorrer países«. Así, adapté esta definición al que sería el nombre de mi blog.
Trotalibros: «Persona aficionada a viajar y a recorrer mundos y países a través de los libros«.
A lo largo de mis estudios de Derecho dediqué casi todo mi tiempo libre a entregarme a la pasión por leer, descubriendo especialmente los clásicos de la literatura. El blog ha ido cambiando desde el día de su nacimiento (3 de julio de 2012) de la misma manera que yo mismo he ido cambiando, creciendo, madurando, aprendiendo. En 2013 el ilustrador catalán Jordi Vila Delclos diseñó la que hoy es la cabecera y logo del blog ideándolo como un homenaje a las clásicas colecciones editoriales: Anagrama, Austral, Penguin Books, etc.
El tiempo ha ido pasando y, sin darme cuenta, el blog ha crecido y yo he ido conociendo a más y a más personas con las cuales seguramente divergimos en ideología, país, religión o incluso gustos literarios, pero compartimos una sola pasión: la lectura. Todo iba sobre ruedas, pero faltaba algo. Fue creciendo en mi interior una inquietud: cada vez leía menos en mi primer idioma, el catalán. Debido a que tenía un blog en español había dejado de leer a escritores excepcionales tales como Jaume Cabré, Albert Sánchez Piñol o Mercè Rodoreda. Así pues, de la misma forma que «La ladrona de libros» me inspiró para abrir Trotalibros, la obra maestra de Joan Sales, «Incerta glòria», fue la que me empujó a crear Entre lletres, un espacio estrenado el primer día del año 2015, completamente paralelo a Trotalibros y donde publico mi opinión sobre los libros que leo en catalán. De este modo, he conseguido el equilibrio que buscaba entre los dos idiomas.
Después de dos años trabajando como abogado, a mediados de 2018 decidí hacer el paso, dejar el trabajo y empezar un camino apasionante, aunque de resultado incierto; el camino de la edición literaria.
*
A día de hoy aún me imagino la mujer que trabajaba en la Biblioplatja aquel verano. Seguramente ignora las implicaciones de lo que hizo aquella tarde cuando tuvo que armarse de paciencia para conseguir el libro perfecto para aquel niño moreno tan tímido.
Este blog va dedicado a ella y a la chica de Secretaría Académica, que sin ella todo esto nunca habría existido. T’estimo.